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En el mundo educativo –las escuelas, las familias, la universidad, la administración y diferentes fundaciones–se está trabajando para comprender mejor cuáles son los resortes que hay que tocar para que los niños y las niñas obtengan buenos resultados. Preocupa el fracaso y el abandono escolar. El objetivo para las naciones en el plano de la economía, de la productividad, de la cultura y de la promoción del capital humano es que los estudiantes saquen todo el partido posible de la escuela de tal modo que esta escuela cumpla con su papel de ascensor social. El objetivo no es solo preparar a estudiantes especializados profesionalmente a largo plazo sino también cívicamente implicados. Estudiantes comprometidos con la democracia y críticos y resolutivos ante los desafíos de estos tiempos tan cambiantes. Y en esta dirección la escuela necesita innovar, pero no ha de ser solo a costa de ensayos ocurrentes y poco eficaces. Innovar no es llenar el aula de iPads sin más. La innovación didáctica y metodológica es necesaria para progresar, para mejorar, pero no olvidemos que el alumno está en el centro y que la innovación es un medio para conseguir un fin: que los estudiantes crezcan en trabajo, en sabiduría, en esfuerzo, en carácter. Este objetivo se logra en el aula y más allá del aula: necesitamos también que los mayores progresen en compromiso moral-educativo (padres y maestros), en tiempo de dedicación a los estudiantes y en acompañamiento de los hijos. Está regresando en el mundo educativo toda una reflexión sobre la necesidad de recuperar planos de la educación moral que habían quedado arrinconados.Nuestra reflexión avanza en la idea de educar el carácter, por ejemplo la autorregulación, de los estudiantes justamente para hacer frente a los retos de su tarea escolar y vital en el plano profesional y cívico. |