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De pronto José Santos González Vera se hizo echar del colegio. Habría sido fácil volver a incorporarse a clases, pero testarudamente rechazó siquiera la idea. Esa negativa (cuenta él mismo en Cuando era Muchacho, sus memorias de juventud) fue el acontecimiento fundamental de su vida intelectual. Lejos de la escuela, González Vera aprendería a leer y a escribir literatura en zapaterías, peluquerías y comisarías. Paradojalmente terminaría sus días como funcionario de la Universidad de Chile, administrando las conferencias de las visitas extranjeras y nacionales. Ocasión que le permitió escribir un ensayo paródico “El conferenciante”, en que se burla con acidez de la pedantería, vanidad y pomposidad de todo lenguaje académico. Con estos antecedentes sería, poco menos, una inmoralidad aplicar a la lectura de José Santos González Vera los rigores de la jerga científica. Sería nada menos que una traición aplicar a un autor -que rechaza toda suerte de rigidez, de pedantería, de culturalismo- un marco teórico trufado de términos sociológicos, sicológicos o lingüísticos, en los que la obra (a la imagen de lo que Barthes hizo con Sarrasine de Balzac) es sólo un pretexto. Un texto previo al verdadero texto que es su desmontaje. |