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Desde el fin de la Guerra Fría, los conflictos armados, las guerras, ya no son iguales: la mayor parte de ellas son civiles, dentro de un mismo Estado, en contextos muy inestables y con trágicas consecuencias humanas. Las formas incluyen métodos donde la violación masiva de los Derechos Humanos es habitual, donde se recluta a niños y adolescentes, donde el miedo y el terror son estrategias en un concepto asimétrico de conflicto profundamente violento e ideologizado por razón de etnia, credo o control económico. La violencia sexual se emplea como táctica de guerra con el objeto de atacar a civiles, de manera deliberada, o como parte de una estrategia de ataque sistemático, generalizado y metódico. Porque atacar a mujeres y niñas no sólo genera miedo en la población civil, sino que puede llevar a destruir varias generaciones del supuesto enemigo, generalmente de una etnia contraria a la de los atacantes, lastrando el futuro de los pueblos de manera genocida.Y somos conscientes de ello porque, además de suceder, son sus víctimas las que hoy nos lo narran en esta era globalizada. Nos referimos a los testigos que la sufrieron, y contaron, en primera persona, primero en la guerra de los Balcanes (1991) y después en Ruanda (1994). Pero hoy, veinte años después de la Sentencia Akayesu y otros tantos años después de la histórica resolución 1325 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, estas prácticas se siguen sucediendo. La Yihad sexual en el autodenominado Estado Islámico es un sistema de captación y radicalización de mujeres de cualquier parte del mundo por parte de los insurgentes; también un reclamo de miles de mujeres al servicio de los yihadistas en el Estado Islámico. La violencia sexual en conflictos armados es analizada desde las principales teorías criminológicas y victimológicas, llegando a la conclusión de que la Criminología del siglo XXI debe ser la de los Derechos Humanos y ocuparse, entre otros, de este importantísimo y dramático asunto. |