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Infinitos heridos son todos los seres humanos vulnerables. Somos muchos porque todos lo somos: los capacitados y los discapacitados, los sanos y enfermos, los niños y los ancianos, los jóvenes y adultos. También los que se consideran héroes lo son. La patria de los humanos es la vulnerabilidad, condición y hábitat natural de la existencia, nuestro traje original. En palabras de MacIntyre “todos pertenecemos a la escala de la discapacidad por la que subimos y bajamos a lo largo de la vida”. Con similares palabras sostiene Nussbaum “que los humanos vamos entrando y saliendo de fases de indefensión e interdependencia mutua y nadie lograr vivir al margen de esa inevitable gradación. La vulnerabilidad iguala a todos los hombres en dignidad. Los seres humanos son, en general, discapacitados: mortales, cortos de vista, de piernas débiles, con serios problemas de espalda y cuello, escasos de memoria...” El único modo de seguir sobreviviendo es la mutua ayuda, el cuidado, la solidaridad universal y la responsabilidad ética de unos por otros. Tras la imprevisible pandemia de la COVID 19, las personas ancianas, los enfermos graves, los discapacitados (los más vulnerables) se han visto desprotegidos y, en algunos casos, excluidos de un atento cuidado. En una sociedad en la que prima la calidad de vida y el rendimiento, preocupa que las manifestaciones de vulnerabilidad se consideren indignas para la propia persona y una carga para los otros. Propongo un rescate de la dignidad de la vulnerabilidad encarnada en aquellos se encuentran en situaciones de enfermedad grave, y, sobre todo, al final de la vida. Ante situaciones globales de crisis sanitarias la supervivencia radica en la solidaridad, no en la soledad. Aunque muy pronto alcanzaremos la inmunidad de rebaño, la verdadera emergencia sanitaria no consistirá en suprimir toda enfermedad y prevenir todo contagio. Más bien, lo urgente será mitigar la fragilidad humana mediante el cuidado propio y mutuo. Nos inyectarán en masa un remedio médico, pero precisamos a la vez del bálsamo paliativo del consuelo y del acompañamiento. El verdadero peligro que se cierne sobre la humanidad no es la amenaza pandémica, ni el peor confinamiento encerrarnos en casa. El riesgo de extinción reside en vivir sin sentido y aislados –desvinculados unos de otros–, sin tender hacia una plenitud mayor que la mera vida sana y productiva. El individualismo en nuestras sociedades se ha convertido en el virus más difícil de vencer. Y, sin duda, la mejor estrategia consistirá siempre en ser fieles a nuestra naturaleza vulnerable y necesitada de relacionalidad, fieles a nuestra esencia fraterna. Emilio García-Sánchez es Biólogo (Universidad de Murcia, 1996). Doctor en Teología Moral y Máster de Postgrado en Bioética por la Universidad de Navarra (2010). Desde 2008, Profesor Adjunto de Bioética en Ciencias de la Salud en la Universidad Cardenal Herrera CEU (Valencia). Visiting Scholars en el Institute of Ethics (Dublin City University. Ireland, 2014), en el Kennedy Institute of Ethics de la Georgetown University (Washington DC, 2015) y en la Università Campus Biomédico di Roma (Italia, 2018). En esas estancias ha investigado las controversias éticas de la medicina estética. También entre sus líneas de investigación se encuentra los aspectos éticos y antropológicos presentes en el cuidado de enfermos graves al final de la vida. Sobre el tema de la vulnerabilidad es coeditor y coautor del libro Human Dignity of the Vulnerable in the Age of Rights (Springer), 2015. También ha publicado el libro Despertar la compasión (Eunsa), 2017. Actualmente es el Investigador Principal del Grupo de Investigación en Bioética de la Universidad Cardenal Herrera CEU. Vicepresidente 2º de la Asociación Española de Ética Médica y Bioética (AEBI). |