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Desde los primeros refugios ocupados por el hombre y la constitución de las primeras sociedades, la conciencia del espacio y los valores asociados con él se transformaron progresivamente en un poderoso y simbólico instrumento. La materialización de hábitos, costumbres y rituales en el territorio a través de la arquitectura modificó el lugar y el paisaje, estructurando y jerarquizando el espacio, mientras que la organización social del grupo se hizo cada vez más compleja y sus dominios se ampliaron. Con esas huellas sobre el territorio y con los valores trascendentales asociados, donde tuvieron lugar las prácticas sociales, los rituales y las ceremonias, se generó y construyó una identidad como grupo, adquiriendo un significado particular, característico y específico, inevitablemente vinculado a los restos de materiales, que permanecen Vinculados a estos lugares desde el momento de su concepción. Sin embargo, con la llegada del racionalismo moderno, se produjo la escisión entre sujeto y objeto, y la exaltación del tiempo como valor esencial, que generalizó el abandono progresivo de los valores inherentes al espacio arquitectónico que habían ido precipitando en el transcurso del tiempo. Este artículo propone una reflexión sobre el complejo y profundo valor inmaterial asociado con aquellos espacios y lugares que a lo largo de la historia han sido el centro de las prácticas discursivas y los ritos simbólicos. Estos valores y su significado, que trascienden la configuración material del espacio, se han asociado a lo largo del tiempo con ubicaciones específicas, fusionándose como componentes complementarios e indisolubles del concepto de patrimonio. Estos deben considerarse y destacarse en cualquier proceso de rehabilitación del patrimonio construido que posea estos valores. La ciudad de Sevilla es considerada un caso de estudio, en el que la alternancia sucesiva de culturas a lo largo de su historia revela la continuidad de estos lugares de identidad social a través de su adaptación en cada época. |
