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Lo propio de Dios es la forma acabada, la majestad, la perfección helada. Desde su grave altura, Dios ordena, da, quita, ora humilla, ora enaltece (Cf.1 Sam 2,7). ¿Qué le pueden pues importar al que hace “la Osa, el Orión y las Pléyades” (Job 9,9), al omnisciente, las ocupaciones y preocupaciones humanas? Estas no pueden más que resultarle baladíes. Lo que para nosotros es oscuro, se supone que para él es claro como el día. A Él nada se le escapa:lo que somos, lo que fue el mundo, lo que seremos en Él; quién ganará las próximas elecciones, quién el próximo mundial de fútbol, quién el premio Nobel de literatura en 2666, dónde será el próximo atentado terrorista, si hay vida en otro planeta y qué es lo que dice la Piedra de Singapur. Todo lo sabe al punto, al dedillo. Nunca jamás actúa a bote pronto, nunca a ciegas, nunca a la deriva. |