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Ya desde la acuñación del estereotipo de ‘otaku’ en 1983, su artífice, Nakamori Akio, trató de poner de relieve la “anormalidad” de los respecto al resto de los jóvenes, enfatizando un interés insano por sus aficiones y un carácter más bien maniático. Por si eso fuera poco, para reforzar la imagen despectiva y peyorativa que estaba construyendo de los otaku, Nakamori menciona su incapacidad para relacionarse con mujeres reales, su consecuente sexualidad reprimida y su tendencia a la parafilia. A finales de los ochenta, el «incidente Miyazaki» puso en los otaku el foco de los medios y la sociedad en general. El impacto de los asesinatos cometidos por Miyazaki Tsutomu fue muy alto, y el estereotipo acerca de los otaku sufrió un proceso de patologización. Lo que Nakamori definió como un carácter reprimido o una profunda introversión, la prensa lo convirtió en un declive psicológico capaz de derivar en una grave perversión sexual y una peligrosa enfermedad mental. Este artículo pretende revisar cómo, a partir de los años 2000, el psiquiatra Saitō Tamaki ha tratado de desmitificar el otaku analizándolo desde la perspectiva de la salud mental y, en concreto, haciendo hincapié en el estudio y comprensión de su sexualidad. |