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La literatura chicana, como un corpus de textos artísticos específico y diferenciado, se ha forjado a partir de los movimientos sociales de los años sesenta, que lucharon por reivindicar los derechos civiles de los grupos hispanos de origen mexicano en los Estados Unidos. La lucha social generó debates sobre el ser y pertenecer a una comunidad cultural cuyos usos particulares la definían y diferenciaban, que tuvo como corolario la construcción de una expresión artística. La característica más relevante de esta producción –que ha abarcado todos los campos del arte y la cultura– es que ha buscado constituir un bagaje de signos cuyo valor estriba en su capacidad de cohesionar y representar a esta comunidad. En la novela chicana de Arizona se puede reconocer este compromiso como un denominador común, pues los novelistas tienen la preocupación de plantear el conflicto de los personajes con su espacio-tiempo. Al mismo tiempo se puede distinguir en ellos una permanente búsqueda de integrar en esa representación los diferentes discursos sociales que atraviesan a la sociedad chicana, así como de figurar el contacto, conflictivo también, con la sociedad anglosajona hegemónica. Por lo anteriormente me propongo analizar cómo Saúl Cuevas construye en Barrioztlán (1999) un lenguaje particular para expresar estéticamente la compleja experiencia cultural chicana y cómo fi gura una imagen del chicano del fi n de siglo, por medio de un proceso complementario de trasgresión, de seguimiento o identificación con de la tradición chicana. |