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La relación que ha mantenido Málaga con el mar ha sido una constante a lo largo de su historia. Precisamente por su situación geoestratégica y papel fronterizo que le tocó jugar. Siempre ha vivido de cara al mar, bien para defenderse del enemigo, bien para exportar sus principales productos autóctonos como el trigo, la cebada, las pasas y el vino, convirtiéndose en centro industrial de gran alcance. Sin duda alguna, su puerto fue uno de los escenarios idóneo para organizar el avituallamiento de la política exterior mediterránea desde finales del siglo XV, tanto hacia los presidios del norte de África, de gran interés para los castellanos, como de las plazas italianas más ligadas a la Corona de Aragón (Gutiérrez, 1997: 197). Su vinculación al Mediterráneo también estuvo determinada por su actividad comercial, pues la calidad de sus productos convirtió a su puerto, ya desde la antigüedad, en eje de un gran movimiento portuario y comercial (Cabrera, 1994: 528). No hay que olvidar que en el siglo XVIII Málaga era una ciudad eminentemente mercantil. Dicha actividad ligada al aumento de su producción artesanal y comercial originó un gran impulso con la apertura de nuevos mercados. En suma, este crecimiento urbano supuso un cambio con respecto al siglo anterior, aspecto que ha analizado con profundidad la historiadora Isabel Rodríguez Alemán en su trabajo sobre la población de Málaga durante el siglo XVII, donde la activida |