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Tengo el honor de prologar un libro que pone de relieve el interés creciente que está despertando el paisaje en los últimos años entre instituciones académicas y gubernamentales, entidades culturales y actores sociales en América Latina. En la última década he tenido la oportunidad de conocer en este continente una amplia y apasionante galería de organizaciones, grupos de investigación, asociaciones, redes, iniciativas y profesionales con una nueva manera de acercarse, de entender, de pensar, y de interactuar con el paisaje, y que están desarrollando una tarea tenaz y encomiable en sus respectivos países, a veces incluso nadando a contracorriente en los contextos que les rodean. Hoy el paisaje, en su sentido más amplio, es percibido cada vez más como un bien común, como un activo patrimonial, como un motor para el desarrollo de los territorios, y como una vía para incrementar la calidad de vida de las personas. Coordinada y editada de manera excelente por los arquitectos y urbanistas Carolina Fiallo y Joaquim Sabaté, la presente obra hace emerger doce paisajes culturales chilenos de gran interés. Paisajes donde la singular y excepcional combinación de elementos naturales y culturales -materiales o intangibles- se traduce en una riqueza de valores patrimoniales, estéticos, productivos, simbólicos e identitarios que merecen ser preservados y destacados mediante una gestión y ordenación adaptadas a la contemporaneidad, evitando su fosil- ización y que contribuyan a la concienciación colectiva y al desarrollo local, sin caer en la creación de parques temáticos o de paisajes escaparate. Para referirme a los paisajes culturales seleccionados en el libro he añadido muy conscientemente en el párrafo anterior el calificativo “de gran interés”, utilizado muy oportunamente por Eugenio Garcés en su introducción, ya que si solo calificamos algunos paisajes culturales como “de interés” -y esto pasa a menudo- existe el riesgo de inducir a pensar que el resto de los paisajes no lo son. El matiz me parece relevante, ya que partimos de la idea de que todo es paisaje, y de que todos los paisajes son culturales, en tanto que son el resultado de una actuación humana milenaria y de la traducción directa sobre el territorio de una determi- nada cultura. Con todo, si bien esto es cierto, también lo es que algunos paisajes muestran con más intensidad que otros los valores que emanan de la relación histórica entre una sociedad y el territorio que construyen. Los paisajes culturales que nos descubre detalladamente el libro son los de Cabo de Hornos, Tierra del Fuego, Chilloé, Mapuche, del carbón en Lota, del Valle Central, del cobre en Sewell, de Santiago, de Rapa Nui, de Valparaíso, de las oficinas salitreras y de la Ruta de la Sierra, y de cada uno ellos se resalta su carácter, es decir, sus rasgos propios y distintivos, que les dan identidad y personalidad. Todos estos paisajes, heredados de la ocupación indígena, la colonización española, los asentamientos históricos, las condiciones de insularidad, la agricultura, la pesca, la minería, o las actividades extractivas tradicionales, reclaman y reivindican una gran variedad de valores que se van desgranando en cada capítulo y que las políticas públicas deberían tener cada vez más presentes. |