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Como ha quedado patente en temas anteriores, el proceso de investigación, realizado siguiendo el método científico, comienza cuando un investigador percibe la presencia de un problema, se informa y, tras comprobar que no tiene una solución satisfactoria, plantea una serie de objetivos y/o hipótesis para darle una solución: elige la metodología, el diseño y a los participantes más adecuados, analiza e interpreta los datos, saca conclusiones y discute sobre los resultados alcanzados. Y culmina con la redacción y comunicación del informe de investigación para todas aquellas personas interesadas. No existen atajos para abordar esta tarea, un buen informe es el resultado de una buena investigación. Pero en este amplio y costoso proceso también es fundamental guiarse por la normativa de la American Psychological Association (Asociación Americana de Psicología (APA, 2020), por tratarse de la normativa utilizada más frecuentemente en el ámbito de la educación. No obstante, antes de abordar las estrategias para la redacción de un buen informe de investigación y su estructura es necesario concretar qué es el informe de investigación, para qué sirve y cuáles son sus funciones. El informe de investigación cumple una doble función. Por una parte, es vehículo mediante el cual se comunican los resultados de la investigación. Y por otra, sirve para reforzar el conjunto de conocimientos de una disciplina. Como hemos visto en temas anteriores, el progreso de toda ciencia se fundamenta en la ampliación del conjunto de conocimientos que se asumen como verdaderos mientras que no haya datos que los refuten. Así los conocimientos previos que aportan los informes de investigación sirven, por una parte, de soporte para estudios posteriores y por otra, para reducir la duplicación de investigaciones, es decir, que no se estudien fenómenos anteriormente contrastados y replicados. Además, todo informe de investigación ha de cumplir con las características de: Claridad. El texto se debe leer y entender con facilidad. Antes de empezar a escribir debemos saber para qué se escribe, qué información queremos transmitir y a quién va dirigido. Precisión. Elegir las palabras adecuadas para expresar nuestras ideas de forma exacta, sin ambigüedades, que exprese exactamente lo que se quiere comunicar. Brevedad. Ya en el S XIV, Guillermo de Ockham, declaró el Principio de parsimonia: “lo bueno, si breve dos veces bueno”. Por lo que se tiene que utilizar el menor número de palabras posibles y centrarse en la información relevante que se quiere comunicar, sin adornos. Organización. La presentación de las ideas ha de seguir un hilo conductor, desde la introducción a las conclusiones. |