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La imaginería cinematográfica parece condenada a reproducir un conjunto de lugares comunes de manera indefinida. En lo que a la imagen femenina se refiere, estereotipos extendidos, asunciones dilatadas en el tiempo y tópicos en torno a su figura se repiten a lo largo de la vida de la industria cinematográfica. La mujer no solo ha sido sistemáticamente apartada de las tareas directivas, sino que su representación adolece de entidad, lo que no solo la subordinan a la figura del hombre, sino que la desvanecen en una marisma ontológica que le dicta cómo debe ser. Esta doble discriminación en el terreno de la representación y en el de la creación, queda trasgredida en el caso de Isabel Coixet, cineasta que ha conseguido acceder a un relevante puesto de dirección y ha configurado una carrera marcada por el respeto a los valores de igualdad y la pulcritud narrativa. El compromiso social, axiomático en sus producciones documentales, queda patente en sus cintas de ficción, en las que despliega todos los resortes necesarios para dotar a sus protagonistas femeninas de una dignidad que les haga adquirir tridimensionalidad más allá de la mera comparsa. A través de su actitud como cineasta,su adscripción al contra-cine, y la configuración de la identidad de sus personajes, Isabel Coixet ofrece una obra paradigmática que devuelve realismo a la representación de la mujer, tal como quedará reflejado en el presente estudio. |
