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El formato de narcoliteratura, tan común en países como México y Colombia, ha sido adoptado por ciertas narrativas chilenas de los últimos cinco años, con la finalidad de denunciar el necrocapitalismo actual. Perro muerto (2016) de Boris Quercia –que relata la lucha del detective Quiñones por desmantelar una red de prostitución y pedofilia– y Entre lutos y desiertos (2016) de Gonzalo Hernández –que revela la explotación, despojo y asesinatos cometidos por mineras transnacionales– son novelas que se valen de la narcoliteratura no sólo para referir al problema del narcotráfico en Chile sino, principalmente, para reflexionar y cuestionar un neoliberalismo despiadado que ha traído, como consecuencia, precarización y muerte. |